Benito Taibo
30/03/2014 - 12:00 am
Causas y efectos
Estoy en Facebook desde hace ya bastante tiempo, me parece una herramienta rápida y expedita para hacer pronunciamientos de cualquier tipo y que llegan a las personas indicadas en el momento adecuado. No creo que sea Internet una panacea, como algunos auguran, y sin embargo, insisto, es una muy eficaz forma para mantener un rápido […]
Estoy en Facebook desde hace ya bastante tiempo, me parece una herramienta rápida y expedita para hacer pronunciamientos de cualquier tipo y que llegan a las personas indicadas en el momento adecuado. No creo que sea Internet una panacea, como algunos auguran, y sin embargo, insisto, es una muy eficaz forma para mantener un rápido contacto y provocar reacciones en cadena sobre ciertos acontecimientos que a todos nos afectan en mayor o menor medida.
Me parece también que el muro donde uno plasma sus pensamientos, es simplemente un curioso reflejo de la vida misma. Hay publicaciones aparentemente anodinas, que no lo son.
Me explico. Vivimos en el tiempo de los solitarios, seres ensimismados en sus trabajos y en esa magra cotidianeidad que todo lo chupa y todo lo corrompe, incluyendo las alegrías, como sí de un hoyo negro estelar se tratara.
Y encuentran en Facebook un instrumento de comunicación inmediato que hace la vida un poco menos triste, menos vacía, menos desértica. Y yo, no puedo más que celebrarlo.
Cuando una chica a la que no conozco y que sin embargo es mi amiga en el ciberespacio, cuenta que le ha quedado la comida de rechupete, e incluso sube una foto majestuosa del platillo realizado y recibe algunos “me gusta” e incluso comentarios amables sobre lo hecho, en realidad lo que está recibiendo es el sonido del tam-tam de la tribu que acusa de recibido el mensaje, ese que dice que a pesar de todo, no está sola. Que la comida fabricada con tanta devoción, es devorada ritual y virtualmente por sus pares.
Esa publicación que a simple vista parecería una aparente pérdida de tiempo, no lo es.
Es gratificación instantánea, es, encontrar en la otredad, en la mirada del otro, un reflejo esperanzador de nuestra propia humanidad.
Antes, para enterarte de lo que a tu alrededor sucedía, tenías por fuerza que contar con los medios tradicionales de comunicación (radio, periódico, televisión, e incluso la llamada telefónica) y atenerte a las consecuencias. Quiero decir que había que creer en el mensaje que de los medios provenía y luego, lentamente ir corroborando la veracidad de ese mensaje. Muy pocos tenían acceso a la emisión del mensaje por sí mismo y muchos dudábamos, y seguimos dudando acerca de su certeza o sus alcances.
Hoy, “la verdad”, a pesar de su inmensa volatilidad, es algo más cercana, más palpable, más inmediata. Cientos, miles, millones de personas se han vuelto informadores de la realidad y es, por lo tanto, mucho más fácil aprehenderla.
En apretado resumen, diré que me gusta lo que sucede en Facebook todos los días, porque puedo entrar en muchas intimidades y escuchar los pensamientos profundos o sencillos de otros, mis iguales, e incluso aceptar la banalidad como un pequeño mal común que es, pese a todo, parte de la vida y que hay que tomarlo como viene y de quien viene, sin grandes aspavientos.
De un tiempo a esta parte ha surgido un nuevo fenómeno que se extiende (como dicen los entendidos en la materia) de una “manera viral”; exponencial y velozmente. Me refiero a las “Causas”. Encuentro todos los días, mi muro plagado de causas a las que piden adherirme y firmar.
Y yo mismo, hace un par de meses comprobé la utilidad del muro y del llamado realizado por este medio.
Se celebra este año el centenario de Octavio Paz, de José Revueltas, de Efraín Huerta, entre otros. La Asamblea Legislativa del Distrito Federal anunció, hace tiempo que los nombres de los dos primeros serían puestos en “letras de oro” en su recinto. Y yo, como otros muchos, pensamos que era injusto (por decir lo menos) que el nombre de Huerta, el poeta por excelencia de nuestra ciudad, “el gran cocodrilo”, no fuera ni siquiera contemplado.
Así que abrimos una “causa” para recabar firmas pidiendo a la Asamblea que el nombre de Efraín Huerta fuera incluido en ese homenaje. Y en muy poco tiempo, más de siete mil personas la firmaron.
La Asamblea (por medio de su comisión de cultura), recapacitó y en los próximos días, los nombres de esos tres grandes de la literatura mexicana podrán verse sobre el muro del recinto legislativo.
El tema viene a cuento ya que veo, con enorme placer, que los seres políticos que somos, estamos tomando en nuestras manos, decisiones, o por lo menos, visibilizando temas de singular importancia, de los cuales no nos hubiéramos enterado por los medios tradicionales.
Hoy por hoy, la sociedad civil, y sobre todo la sociedad civil internauta tiene voz y voto. Espero que también tenga peso su llamado a los que toman las decisiones pertinentes.
Y eso, hay que agradecerlo. Me adhiero y pongo un “like” porqué me gusta que los tiempos cambien.
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